Creo en ti, Casandra

Ayer, mientras jugaba en el parque con mi hijo, me pasó algo que realmente me hizo reflexionar sobre la manera poco respetuosa en la que a veces tratamos a nuestros hijos y cómo se sienten ellos al no recibir nuestra atención.
La verdad es que los parques son lugares muy jugosos para observar las emociones de los niños y los comportamientos de los padres.

De pronto me llamó la atención el llanto de una niña de unos cuatro años que lloraba desconsolada. Mientras su padre hablaba por el móvil acaloradamente en lo que parecía una discusión de trabajo, la niña se acercó apenada buscando consuelo en él y lo que recibió fue una firme mano en alto que la detuvo, paralizándola de inmediato. Claramente estaba tan metido en su conversación que apenas se dio cuenta de lo que para su hija suponía que en ese momento su padre la abrazara, la consolara, la contuviera en su malestar. Estaba sola y desatendida.

Yo, que presencié la situación, fui decidida hacia la niña y entablé una breve conversación con ella.
Ante su triste mirada, me acerqué con sensibilidad a su sufrimiento y la pregunté abiertamente qué la pasaba; entre sollozos me contó que se había hecho daño en la mano con el columpio. La pobre lloraba de dolor, pero creo que entendí perfectamente ese dolor, ya que después de ver la fría reacción de su padre, lloraba más por desconsuelo que por el daño en la mano.

A medida que nuestra conversación avanzaba, notaba cómo la pequeña Casandra se sentía más aliviada; estaba siendacompañada en su emoción y atendida en sus necesidades afectivas, por lo que enseguida comenzó a sonreir y a sentirse mejor.
La vi receptiva y la invité a jugar en la arena con mi hijo y enseguida se hicieron amigos.

Ver este tipo de situaciones suele ser habitual y nos alerta de la necesidad vital que supone acompañar a nuestros hijos en sus emociones en todo momento, de reconfortarles cuando se sienten mal.
Sus necesidades son importantes para ellos y también deben serlo para los padres.

En este ejemplo del parque, el padre bien podía haber parado por un momento la conversación y tranquilizar a su hija, abrazarla, acariciarla o cualquier otra manera de contenerla afectivamente hasta terminar y darse a ella por completo.

Si mientras son pequeños no nos acercamos a ellos con complicidad, no esperemos que de adolescentes vengan a nosotros a contarnos sus problemas o a pedirnos consejo.
Los asuntos de los padres no son más importantes que los de los niños. Recordemos que estamos ayudándoles a formar su personalidad, por eso es fundamental acompañarles en sus emociones desde pequeños, escucharlos, tomarlos en serio, hacer nuestra su preocupación. Mejor aún, hacer de ello un estilo de vida.


Para reconocer si lo estamos haciendo bien, reflexionemos y preguntémonos: ¿hasta qué punto estoy comprometida con mis hijos y sus cosas? ¿me acerco a ellos con sensibilidad y verdadero interés? ¿me pongo en su lugar y hago mío su problema? ¿realmente me intereso por sus vivencias? ¿les ayudo a aprender un poquito cada día? ¿les doy de mí todo lo que soy?

En mi intento por acercarme a mi hijo cada día y en vías de aprender a educarle, estoy tratando de dirigirme hacia un tipo de educación basada en el respeto hacia su ser, de tenerle en cuenta en cada situación, de reconocer sus sentimientos, de ver que es frágil y está en plena construcción de su identidad, de su autoestima, de ayudarle a conocer sus propias emociones.

Mediante este espacio de reflexión procuro alertar a los padres y madres de comportamientos inadecuados donde se les falte el respeto a los hijos por dar prioridad a intereses adultos, y también defender que son posibles otras formas de educación, no las que marca la sociedad, ni la que hemos aprendido en nuestra familia de origen (porque no siempre es la que más nos va).

Creo en una educación desde la empatía, el respeto, la dedicación, la creatividad...
Creo en una educacion que parta desde lo más profundo de nuestro ser.

Creo en ti, Casandra.
Te animo a soñar con mundos mejores, porque son posibles. 
Mientras, disfruta de tu infancia tanto como puedas.